domingo, 6 de diciembre de 2009

Para los que acostumbran guardar cosas

. .Hace unos días, recibí un correo de una "amiga conductista", pues es el emblema que parecen tener los Psicólogos en la UABC, pues bien, su correo tenía por título "El Cuarto de San Alejo", es una historia que creo, todos estamos inmersos en ella. Todos de alguna forma tenemos cosas que pueden servir a los demás y que ya para nosotros no son importantes o útiles, cosas que están en el olvido o que simplemente solo las tenemos ocupando un espacio al rededor de nuestra existencia sin un valor determinado. En ese correo se menciona que si tenemos cosas que ya no usamos en un lapso de tiempo de 6 meses, esas cosas ya no nos pertenecen, simplemente ya no son nuestras y debiésemos entonces ver a quién debiesen de pertenecer. El ser humano, debiese tener como norma, una condición, no tener "Cuartos de San Alejo" llenos, debiésemos tener solo "Cuartos de San Alejo" vacíos y veríamos que nuestras vidas cambiarían radicalmente.
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"Para los que acostumbran guardar cosas"
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Este mensaje nos pone a pensar y no solamente se
debe compartir lo que nos sobra.
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En una ocasión, antes de dar inicio a mi sección
diaria "Semillas para el Espíritu", del programa "Muy
Buenos Días", me dijo Jota Mario, el presentador:
"Papá Jaime, hay una niña discapacitada que vive con
su tía en un tugurio, en condiciones infrahumanas, y
necesita una silla de ruedas"
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Ese día conté el caso de esta niña y hable de la
importancia del servicio amoroso y de dar sin esperar
retribución. Recuerdo haber dicho enfáticamente que
aquellas cosas inutilizadas tras seis meses ya no son
propias y, por lo tanto, deben de darse a alguien que las
necesite.
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Expliqué con claridad que los cuartos de San Alejo
donde se guardan cobijas, herramientas, cuadros,
bicicletas, coches de niños, juguetes, etcétera, no
deberían existir.
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Al final de mi sección llamaron al rededor de 100
personas, 99 de las cuales dijeron que también
necesitaban una silla de ruedas, y sólo una señora ofreció
una silla que podían posar a recoger. Le dije que sería
una buena idea que ella fuera con la silla al estudio
de televisión para que juntos se la entregáramos a la
niña, que vivía en el Barrio Simón Bolívar.
La señora me respondió que confiaba en mí, que no
había problema en que recogiera la silla, y yo le
comenté, que no era cuestión de confianza sino de
sentir la satisfacción de entregarla personalmente:
"Yo quiero que usted me acompañe y experimente el
placer tan grande que es dar y la felicidad que se
siente al servir.
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"Usted no tiene la menor idea de lo rico que es
experimentarlo". Le expliqué entonces que una cosa
es conocer a fondo una manzana, su textura, su color
y su forma, y otra meterle un buen mordisco y
experimentar su sabor.
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Después de esto ella accedió y nos fuimos al cerro del
Ahorcado, en Ciudad Bolívar, al que algunas veces la
gente sube para colgarse de un árbol debido a la
desesperación. El alcantarillado iba por fuera y
rodaba por un canal enclavado en la pendiente. Al
sentir el frío y la podredumbre del ambiente la
señora quizo devolverse, pero finalmente llegamos al
cuarto obscuro y denso donde se encontraba aquella
criatura de doce años.
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Según nos contaron, los senos incipientes de la niña
estaban totalmente
estropeados por los callos y las llagas, pues llevaba
gran parte de su vida arrastrándose por el piso como
una culebra.
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Al levantarla de la cama sentí un olor peor que el de
las alcantarillas.
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Entonces la sentamos sobre la silla de ruedas y fuimos a
dar una vuelta. En cuanto la niña salió a la luz del sol
y vio la montaña empezó a dar unas risotadas
exageradas. Por un momento creí que era retrasada
mental, pero lo que sucedía realmente era que nunca
había salido a dar un paseo y nunca había visto un bus.
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Continuamos nuestro paseo hasta llegar a una
esquina donde nos dijeron que preparaban un asado
muy rico y decidimos probar. Mientras comíamos, la
señora lloraba y lloraba. Le pregunté entonces por
qué lloraba tanto y me contestó: "Papá Jaime, usted
no tiene la menor idea del motivo por el que estoy
llorando". Le dije que, en efecto, ella debía sentirse
feliz al hacer tan buena obra por aquella niña.
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Y entonces me miró y me dijo con la voz
entrecortada: "Lloro Papá Jaime, porque tuve esta
silla de ruedas en el garaje de mi casa por más de
ocho años. Lloro de pensar que esta niña se arrastró
como una culebra durante todos estos años, mientras
esa silla se oxidaba y dañaba por falta de uso. Ella
nunca pudo dar un paseo como el que está dando
ahora, lloro por las oportunidades que tuve para
ayudar a otros y por no haber hecho nada".
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Así pues, el dolor se produce cuando no actuamos.
Espero que este mensaje sea de tu agrado y lo puedas
poner en práctica en tu vida.
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Con cariño...
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Jaime Jaramillo "Papá Jaime"
FUNDACIÓN NIÑOS DE LOS ANDES
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NO GUARDES NADA.... EN EL CUARTO
DE SAN ALEJO, ALGUIEN DEBE DE ESTAR
NECESITÁNDOLO
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PASA ESTA IDEA, QUIZÁ ALGUIEN
TIENE LO QUE OTRO NECESITA.
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. .Pues amigo lector, quizá debiésemos de tomar esta idea y hacer algo por los demás para quitarnos un poco de esas cosas que nos pesan tanto y no solo de manera física, pero como Usted sabe, siempre aquí Usted tendrá la última opinión.
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Sergio Alejandro

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